Las guerras de Helena, una antibiografía


Por Marcela Castillo Villegas

¿Qué papel tiene lo imaginado en un relato frente al sufrimiento de personas reales? Personas que fueron silenciadas, ignoradas o cuya historia fue gravemente distorsionada. ¿No es la ficción una nueva afrenta a lo que ya padecieron? ¿Cómo completar esas vidas fragmentarias, contadas muchas veces desde el prejuicio, si no tenemos la suficiente información para recuperarlas? No lo sé, pero hace poco leí Helena, la reina condenada, de la escritora colombiana Gabriela A. Arciniegas, publicada en tres tomos por el FCE: I. El libro de los viajes (2023), II. El libro de los ritos (2023) y III. El libro de las heridas (2024). Sentí que la autora le hizo justicia a un personaje tan manoseado como Helena.

¿Pero cómo puede una autora viva en 2024 hacernos escuchar la lejana voz de Helena? Arciniegas explica de manera muy clara su concepción de la justicia. En la introducción se pregunta: ¿cómo narrar seres anónimos con quienes la literatura ha sido tan injusta? Cuenta que en 2017 cayó en sus manos un texto de Ignasi Terradas, llamado Eliza Kendal. Reflexiones sobre una antibiografía. El concepto de antibiografía subraya la importancia de narrar a los seres anónimos, a las mujeres «habladas por otros», como Helena, acusada con los peores epítetos: la de ojos de perra, la destructora de imperios, y a la vez, dejada al margen. Casi nunca escuchamos su voz, no sabemos cómo se sentía ni quién era.

Con sus novelas Gabriela Arciniegas construye su identidad, de manera bella y minuciosa. Va tejiendo la manera en que se entrelazan las vidas de Helena, Hécuba, su nueva suegra, Casandra y sus demás cuñadas. Da vida a las mujeres que se consideraban secundarias: las esclavas y maestras, su hermana y sus hijas, pero también los hombres que afectaron sus vidas con las guerras y los que las amaron realmente. Sin ese tejido de relaciones la voz de Helena no podría ser creíble.

Tampoco recurre a la legendaria belleza de la protagonista, no se centra en describirla por fuera. Si bien menciona las reacciones que despierta en los hombres, no pone en ello su valor. Su magnetismo proviene de algo muy profundo; no digo que los rasgos exteriores no estén arraigados en nosotros o no sean importantes, pero la Helena de Arciniegas tiene una fuerza creada a pulso. La construye curiosa, interesada en escuchar a toda clase de personas: desde las más vulnerables hasta las más temidas, como las hechiceras y magas. Cualquier fuente de sabiduría es valiosa para ella, por eso la autora deja de llamarla Helena de Troya, tampoco la llama Helena de Esparta. Ella ha sido condenada, pero las novelas nos dejan con la sensación de haber conocido a una persona real, con una identidad mucho más amplia y compleja que la de los relatos oficiales. Es una viajera, por voluntad y sin ella, está en guerra interna con sus deseos y decisiones. Mis palabras no le hacen justicia a esta bella trilogía, por eso los invito a leerla, a descubrir por ustedes mismos si hace o no justicia al personaje de Helena y a su historia.


Por Marcela Castillo Villegas

¿Qué papel tiene lo imaginado en un relato frente al sufrimiento de personas reales? Personas que fueron silenciadas, ignoradas o cuya historia fue gravemente distorsionada. ¿No es la ficción una nueva afrenta a lo que ya padecieron? ¿Cómo completar esas vidas fragmentarias, contadas muchas veces desde el prejuicio, si no tenemos la suficiente información para recuperarlas? No lo sé, pero hace poco leí Helena, la reina condenada, de la escritora colombiana Gabriela A. Arciniegas, publicada en tres tomos por el FCE: I. El libro de los viajes (2023), II. El libro de los ritos (2023) y III. El libro de las heridas (2024). Sentí que la autora le hizo justicia a un personaje tan manoseado como Helena.

¿Pero cómo puede una autora viva en 2024 hacernos escuchar la lejana voz de Helena? Arciniegas explica de manera muy clara su concepción de la justicia. En la introducción se pregunta: ¿cómo narrar seres anónimos con quienes la literatura ha sido tan injusta? Cuenta que en 2017 cayó en sus manos un texto de Ignasi Terradas, llamado Eliza Kendal. Reflexiones sobre una antibiografía. El concepto de antibiografía subraya la importancia de narrar a los seres anónimos, a las mujeres «habladas por otros», como Helena, acusada con los peores epítetos: la de ojos de perra, la destructora de imperios, y a la vez, dejada al margen. Casi nunca escuchamos su voz, no sabemos cómo se sentía ni quién era.

Con sus novelas Gabriela Arciniegas construye su identidad, de manera bella y minuciosa. Va tejiendo la manera en que se entrelazan las vidas de Helena, Hécuba, su nueva suegra, Casandra y sus demás cuñadas. Da vida a las mujeres que se consideraban secundarias: las esclavas y maestras, su hermana y sus hijas, pero también los hombres que afectaron sus vidas con las guerras y los que las amaron realmente. Sin ese tejido de relaciones la voz de Helena no podría ser creíble.

Tampoco recurre a la legendaria belleza de la protagonista, no se centra en describirla por fuera. Si bien menciona las reacciones que despierta en los hombres, no pone en ello su valor. Su magnetismo proviene de algo muy profundo; no digo que los rasgos exteriores no estén arraigados en nosotros o no sean importantes, pero la Helena de Arciniegas tiene una fuerza creada a pulso. La construye curiosa, interesada en escuchar a toda clase de personas: desde las más vulnerables hasta las más temidas, como las hechiceras y magas. Cualquier fuente de sabiduría es valiosa para ella, por eso la autora deja de llamarla Helena de Troya, tampoco la llama Helena de Esparta. Ella ha sido condenada, pero las novelas nos dejan con la sensación de haber conocido a una persona real, con una identidad mucho más amplia y compleja que la de los relatos oficiales. Es una viajera, por voluntad y sin ella, está en guerra interna con sus deseos y decisiones. Mis palabras no le hacen justicia a esta bella trilogía, por eso los invito a leerla, a descubrir por ustedes mismos si hace o no justicia al personaje de Helena y a su historia.